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CAPÍTULO 2

NORA                                                                            05/03/2015

 

 

ÉRASE UN ADONIS

 

 

 

 

Querido diario:

 

 

El otro día decidimos ir a comprar a Mercadona a pie, por aquello de mantener el culito en su sitio y aprovechar el fantástico día soleado que hacía. Te parece una idea genial, ¿verdad? ¡Pues maldita la hora en la que se nos ocurrió!

 

De camino al super nos cruzamos con el típico adonis musculado de metro ochenta y cinco, con unos bíceps tan desarrollados que podrías colgar un columpio de ellos y estar balanceándote durante horas. Ya sabes, el típico chico con el que te palpita la entrepierna al instante. Estarás de acuerdo conmigo en que estos encuentros esporádicos que te alegran la vista son ideales cuando vas sola por la calle, pero para mi desgracia, ahí estaba él, a mi lado, siempre alerta, olfateando a todo ser masculino situado a menos de un metro de mí, cual radar esperando a que me pase de la velocidad permitida para hacerme una foto mental y recordármela cuando le venga en gana. En fin, como era normal, le miré, y no lo hice en plan “¡oh, que mirada tan profunda y enigmática tiene este chico!” no, no, le miré en plan “madre del amor hermoso, te bañaría en chocolate y no dejaría ni una gota por lamer”. El caso fue, que después de clavar mis ojos en su torso perfecto, en su culito prieto y en el enorme paquete que marcaba su tejano oscuro, el morenazo se fijó en mí. No lo hizo descaradamente porque era un caballero, pero lo hizo. Yo pensaba que nadie más había notado mi pequeño desliz visual, pero, lamentablemente, Darío tenía activado su ya nombrado radar. A mi chico no le hizo ni pizca de gracia la situación y, cómo no, me lo hizo saber con el sarcasmo que lo caracteriza: “joder cariño, ¿pedazo de culo tenía el moreno no?”. Esa frase vino acompañada de una mirada fulminante. ¿Es normal que se moleste por qué mire a alguien por la calle? Yo no me molesto porque se fije en otras, es más, cada noche mira a unas cuantas, y no vestidas precisamente… ¡maldita costumbre de no borrar el historial de Google Chrome! ¡Con lo fácil que es abrir un navegador de incógnito!

 

Tras un monólogo en el que Darío me acusaba, entre otras cosas, de haberle sido infiel visualmente con aquel morenazo de infarto, estuvimos discutiendo sobre la gravedad de mi acción. ¡No me puedo creer que me acusara de infiel! ¿Acaso es infidelidad mirar a alguien? Por Dios, ¡mirar es gratis!

 

Antes de pagar tuve la bendita suerte de poder disfrutar un buen rato del tan esperado silencio. Me merecía totalmente estos minutos de paz y tranquilidad, pues el esfuerzo titánico que hice al tragarme la lengua y no decirle nada fuera de lugar fue sublime. No te puedes llegar a imaginar cómo tenía la cabeza de escuchar a Darío diciendo sandeces. Pero bueno, con tal de no alargar más la discusión, hice de tripas corazón y me autocensuré. No obstante, no pude evitar sentir curiosidad por saber que estaría pensando durante los 10 minutos que se mantuvo en silencio, ya que su cambio de actitud se dio en cuestión de segundos.

 

Sin lugar a dudas, aunque lo hubiese intentado, jamás habría adivinado qué pasaba por la cabeza de mi pasional chico. No te puedes imaginar cómo acabó la situación. Cuando entramos en el ascensor del centro comercial para volver a casa, Darío, todavía molesto por lo acontecido, paró el ascensor y, mirándome fijamente, me dijo: “te voy a quitar las tonterías de un pollazo”. La leve risa que me provocó ese comentario se esfumó cuando me cogió por las nalgas presionándome contra los pulsadores del ascensor. Por un momento, pensé en los guisantes congelados que acabábamos de comprar, pero cuando noté ese gran bulto rozarse entre mis piernas, duro como una roca, la idea se esfumó de mi mente por completo.

 

Después de este momento furtivo en los ascensores de Mercadona quiero, por un lado, aclararte que los guisantes llegaron sanos y salvos a casa, y, por otro lado, aprovechando la temática vegetal, informarte de que mi garbancito del placer está a punto de encontrar una solución. El otro día, una gran amiga me recomendó que fuera con Darío a ver la película “Cincuenta Sombras de Grey”, ya que, según ella, el verla provocó que su novio se convirtiera en una máquina provocadora de orgasmos. Y sí, cuando digo orgasmos me refiero también a los causados por el buen uso del clítoris. Así que… ¡ya tengo las entradas para este fin de semana! ¡Ya te contaré!

DARÍO                                                                           05/03/2015

 

 

"FOLLETI" AL ACECHO

 

 

Querido diario:

 

 

Ayer Nora tuvo la fantástica idea de ir caminando a hacer la compra para mantener en forma su culo… ¡Cómo si no tuviera ya bastante con sus clases matutinas de zumba! Pobre, tendrías que verla coger su esterilla, colocarse en frente de la tele, y bailar como si no hubiera mañana. Seguro que si la grabo y la subo a Instagram le hundiría la vida (me lo apunto como método de venganza para el futuro). En fin, ella y su maldita obsesión por el estado de su culo. Lo que le faltaba ya, encontrar otra maldita manera de mantenerlo en su sitio. Debería de hacer como yo: aceptar el paso del tiempo con dignidad. La cuestión es, que aquella mañana, por culpa de la obsesión de Nora con su cuerpo y en especial con su culazo (porque créeme, tiene un culo que empalmaría hasta a Jesús Vázquez) me tocó a mí ejercitar el mío.

 

Creo que me estoy regodeando demasiado en el tema del culo, quizá porque me interesa más que lo que viene ahora. Si no era suficiente castigo el que Nora decidiera por los dos que la mejor manera de ejercitar su impresionante trasero era arrastrándome con ella hacia el supermercado bajo un sol abrasador, tuvimos la gran suerte de encontrar al típico ciclado de gimnasio que va por la calle marcando bíceps con el único objetivo de deprimir al personal. ¡Eh!, que me parece muy bien que la gente se cuide y se quiera lucir, pero pido un poco de respeto hacia las personas que han decidido dejar que la naturaleza haga que su cuerpo se adapte al entorno.

 

Lo que pasó realmente es que el armario empotrado se paseó por delante de mi novia para hacerla mojar braga. La verdad es que yo también lo miré, es más, lo vi venir de lejos. Yo veo a un “folleti” (así llamo yo a los tíos que intentan desbancarme) de lejos, y, acto seguido, clavo mis ojitos sobre Nora para observar su reacción. ¿Cuál fue mi sorpresa? Pues que a Nora le faltó tiempo para mirarlo, remirarlo y volverlo a mirar. Lo hizo con la gran sutileza que la caracteriza, pero mi ojo que todo lo ve, detectó una amenaza cercana y me avisó. Cuando vi que Nora repasó al cachas intenté reprimirme durante varios segundos (2 concretamente), pero no pude evitar decirle de la mejor manera posible que había observado su infidelidad y que, obviamente, me había tocado los cojones. ¿Sabes lo que pasa? Que ella va de que no le importa que yo mire a las tías por la calle, es más, cuando lo hemos hablado me suelta todo el royo de que somos personas, que es natural, bla, bla, bla… ¡Mis cojones! Cuando yo lo hago no me dice nada al momento, pero se lo guarda en su cajón de mierda y espera la mejor oportunidad (cual depredadora) para recordármelo, chantajearme, putearme y todas las cosas que se le ocurran.

 

En fin, que pasó lo que tenía que pasar: la lié. Estuve durante toda nuestra larga y pesada jornada de compras haciéndole entender el gran acto de infidelidad que para mi suponía que ella mirara a un chico. ¡Yo nunca había mirado a otra chica de esa manera!, bueno sí, pero no en persona, al fin y al cabo, ¿quién no se ha hecho alguna paja mirando a tías en Internet?

 

Todo iba a mi favor: ella me escuchaba y no hacía nada más que meter cosas en el carro. Yo estaba enfadado por fuera pero me sentía el rey por dentro porque tengo totalmente comprobado que cuando una mujer no te hace caso mientras le gritas es que asume que tienes la razón. Así pues, según mi afirmada teoría (comprobada por mi gran experiencia con las féminas, obviamente), yo había ganado aquella batalla.

 

A pesar de mi victoria, no estaba conforme con el resultado del partido. Yo me había desahogado soltándole todo lo que pensaba, pero todavía seguía sintiéndome mal por el desprecio que había tenido hacia mí mirando al "musculman". ¿Qué tenía ese que no tuviera yo? ¿Quizá tendría que empezar a cuidarme algo más? ¡Qué va!, yo estoy bien como estoy, el problema lo tiene ella que no se conforma con lo que tiene en casa y tiene que montarse fantasías mentales con el primer maromo que ve en la calle. Cuando pienso en esto me entran ganas de follármela y darle muy duro para que lo único que pueda pensar sea: "¡oh si!, con él tengo más que suficiente". Y así lo hice. Durante el resto de la compra me puse a pensar en todo lo que sería capaz de hacerle: arrancarle la camiseta a bocados, comérselo hasta decir basta, hacerla gritar como una loca… El simple hecho de pensar en embasarla al vacío empezó a ponerme la polla super dura. Al principio era controlable pero poco a poco creció más y más. Ese bulto empezaba a llamar la atención de los que nos rodeaban, y no tuve más remedio que buscar una solución: follármela como nunca en el ascensor de Mercadona.

 

Le di al botón de parada de emergencia, la mire con mi ya ensayada mirada de seducción (así la conquisté), y le dije sutilmente que quería sexo. Tras mi declaración de intenciones, la cogí por su ejercitado culo y la empotré contra la pared. Después de restregar cebolleta cual mandril, empecé a chuparle el cuello. Le quité la camiseta con la ayuda de mi boca y le empecé a lamer las tetas centrándome en sus duros pezones rosados. Acto seguido, me baje los pantalones liberando a la bestia y empecé a demostrarle, como yo solo sé, que con lo que tiene en casa le basta y le sobra. 

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