top of page

CAPÍTULO 4

        NORA                                                                           22/03/2015

 

 

LA INVASIÓN DE LA BRUJA

 

 

 

 

Querido diario:

 

 

Mi mañana de sábado empezó con unos encantadores ruiseñores dándome los buenos días, un reluciente rayo de sol colándose por el ventanal de la habitación, y un suculento desayuno preparado por mi chico, el cual esperaba con una adorable sonrisa mi despertar. Me levanté con las energías totalmente renovadas, sintiéndome relajada y tranquila. Darío me dio los buenos días con un dulce beso y se sentó en la cama para desayunar conmigo. Tras tomarme un zumo de naranja natural y dos tostadas con pavo, miré a Darío y vi ese brillo en su mirada que tanto despierta en mi. Ya sabes, ese tipo de miradas que te dicen “te quiero” sin necesidad de usar los labios. Esa expresión es mi perdición, así que no pude resistir la tentación y me lancé sobre mi chico para regalarle un beso lleno de pasión. La verdad, entre ese adorable gesto y la romántica sorpresa que me había preparado, me moría de ganas de hacer el amor con él. Cuando nuestras lenguas se fusionaron, empecé a tocarle el pecho, los bíceps y los abdominales, hasta que llegué a su abultada entrepierna. Sin lugar a dudas, parecía que iba a ser un día memorable. Parecía.

 

Justo cuando había abandonado todo pensamiento y me disponía a quitarle los pantalones a Darío, sonó el timbre de la puerta. Al instante, mi cabeza conectó con el mundo real y automáticamente miré a mi chico. Al ver sus expresivos ojos azules, supe que algo no iba bien. Ese “ding dong” no había sido provocado ni por el cartero ni por ninguno de nuestros vecinos.

 

Darío me reveló la temible noticia: su madre venía a comer. ¿Cómo? O sea, ¿Perdón? No, no, no. Era lo que menos me apetecía en ese momento. Bueno, en ese, y en cualquier otro, para que engañarnos. No soporto a esa bruja manipuladora y controladora. Para colmo, la mujer había quedado con su hijo en que iba a llegar a la una del medio día… ¡Aún eran las 10! No tuve mucho tiempo para echarle la bronca a Darío por hacerme tal encerrona, porque cuando me quise dar cuenta, Charo había aparecido salvajemente en nuestra habitación. ¡Lo que me faltaba! ¿Esa loca del control ahora también tenía las llaves de mi casa? ¿Cuándo habíamos tomado esa decisión? Darío se iba a enterar. El caso fue que, después de escuchar una de las grotescas frases de mi suegra, me armé de paciencia, puse una de mis mejores sonrisas y la saludé. Tras este enorme gesto de amabilidad, me dirigí al baño para darme una ducha y prepararme para el tormentoso día que tenía por delante.

 

Salí del baño preparada para la batalla, cual guerrera del amazonas dispuesta a combatir contra cualquier animal salvaje y salir vencedora. Había decidido que ese día los cuchillos envenenados de Charo no me iban a afectar lo más mínimo. Yo soy una persona bastante sensible, pero tras estos años he conseguido perfeccionar mi coraza anti Charo y me he vuelto bastante resistente a sus ofensas. Aún así, no contaba con recibir un ataque tan inminente como el que me encontré al llegar al comedor. ¿Qué era ese enorme tupper que había en el centro de la mesa?

 

Charo, no solo se había colado indiscretamente en mi dulce hogar, sino que también había decidido por nosotros el menú del día. Yo tenía descongelados filetes de pollo para comer, así que, tras descubrir el contenido de su tupper (macarrones a la carbonara), decidí oponerme a comer tal guarrada. ¿Se había vuelto loca? ¿Salsa carbonara? ¿Con beicon? No, no y no. Ni loca iba a ingerir esa bomba calórica. Si se pensaba que iba a echar a perder mi cuerpo como ella había hecho con el suyo, iba muy desencaminada. Tras mi irrevocable decisión, preparé mi pechuga de pollo y volví a la zona de guerra.

 

Durante la comida, tuve que aguantar constantes ataques de mi suegra. Según ella, era de "muy poco limpia" tener la casa tal y como estaba, pues había polvo por todas partes. A esta horrible acusación, siguió una de sus prodigiosas frases: “una buena ama de casa jamás permitiría tener su hogar como una pocilga, Nora”. A ver, señora, entérese ya de que soy una mujer trabajadora que pasa muchas horas fuera de casa y no puede permitirse el lujo de vivir entre adoquines como hace usted, que por cierto, no ha trabajado en su vida. Para colmo, estos infundados ataques iban solo dirigidos hacia mí, ya que parecía ser que, para ella, su hijo no tenía ninguna responsabilidad ante la limpieza y el orden del hogar. No sé como conseguí contenerme, pues debería haberle dejado claro que, en primer lugar, nuestro piso está muy bien cuidado, y, en segundo lugar, Darío tiene las mismas responsabilidades en la limpieza del hogar que yo. En fin, que no hubo manera de hacer entrar en razón a Charo. Lo peor era que Darío no decía ni una palabra al respecto, cuando debería haberme defendido y luchado por hacer respetar nuestra forma de vida. ¡Su madre lo tiene totalmente dominado!

 

El momento del postre no fue mucho mejor, ya que Charo se quejó de que las mandarinas que había servido estaban muy amargas y me culpó de haberle puesto a ella adrede las menos dulces porque sabía que no le gustaba el sabor amargo. Lo que me faltaba por oír.

 

Al llegar la tarde, Charo, que parecía que jamás se iría de nuestro hogar, se apoderó del mando del televisor y puso Antena 3 para poder ver su adorada telenovela “El Secreto de Puente Viejo”. Fue el momento más relajante del día (después del desayuno) porque mi suegra desconecta del mundo real en cuanto escucha la cabecera de su serie favorita. Utilizando la excusa de que teníamos que ir a recoger el cuarto, me lleve a Darío a rastras.

 

Al llegar a la habitación, le dije lo muy enfadada que estaba con la encerrona que me había encontrado y con el hecho de que le hubiese dado una copia de las llaves a su madre sin consultármelo. Para colmo, Charo había interrumpido el maratón sexual que se iba a producir esa mañana, y eso había acabado con mi autocontrol. Darío, conocido por su habilidad para sacar provecho de cualquier situación, me convenció para rematar aquello que habíamos empezado aprovechando que Charo iba a estar como mínimo una hora ausente. En un principio, me negué por el enfado que tenía acumulado, pero tras unos segundos observando a mi chico, pensé que quizá sería una gran solución para liberar tensiones y coger fuerzas para hacer frente a lo que me deparaba la tarde con la bruja en casa. Así que me deshice de mi ropa y fui directa hacia Darío. Este, tras desnudarse, me cogió por las nalgas y empezó a besarme el cuello. En dos segundos estábamos ya estirados en la cama y Darío tenía su mano dentro de mis braguitas, jugando con la entrada de mi vagina. Empecé a notar como mi cuerpo ardía en deseos de tener a Darío dentro de mí, pero esta sensación se congeló cuando escuché la voz de mi suegra desde el comedor reclamando la atención de mi chico. ¡Qué bien! ¿Podría ser más inoportuna?

 

Por desgracia, lo peor llegó cuando aparecimos (de nuevo vestidos) en el comedor para ver que le sucedía a Charo. Mi suegra, se acercó a nosotros con su característica cara de víctima y nos dijo que Jorge, el padre de Darío, no iba a llegar esa noche porque había habido un problema con su vuelo de vuelta (había pasado el sábado trabajando en París) y no llegaría hasta el domingo por la mañana. Darío le dijo que no se preocupase, que solo había sido un contratiempo pero que Jorge estaría bien. Pero mi chico no sabía que la cara de su madre no era de preocupación por su marido, sino de lástima para conseguir su propósito. Acto seguido, Charo añadió: “lo sé cariño, pero sabes que la casa se me cae encima cuando duermo sola, me siento fatal y me paso la noche en vela.  Además, tengo miedo de que entre una banda a robarme en casa, como le pasó a la Puri. Ay, ay, ay, que gente más horrible”. Tras esta declaración de intenciones, adiviné cual sería la respuesta de su hijo. Y, en efecto, eso fue lo ocurrió: mi suegra pasó la noche con nosotros.

DARÍO                                                                         22/03/2015

 

 

ENTRE LA ESPADA Y LA PARED

 

 

Querido diario:

 

 

 

Uf, menudo día el de ayer. Todo el mundo adora a su madre, o eso debería pasar. Yo, obviamente, adoro a la mía, más que nada porque lleva currándoselo conmigo durante 25 años. Nadie me dobla los calcetines, me cocina y me mima como ella. Aunque Nora cocine muy bien y sea una organizadora digna de admirar, no llega al nivel de mi madre, y de eso se deben de haber dado cuenta las dos, ya que no se soportan. Vale, lo admito, mi madre a veces se pasa pero, aún así, es una madre de las que no quedan y si no la defiendo yo, ¿quién lo hará?

 

El viernes mi madre me llamó para informarme de que el domingo vendría a casa a comer. Según ella llevaba mucho tiempo sin verme (cinco días seguidos), y estaba totalmente preocupada por la integridad de mi grasa corporal, con lo que tenía la necesidad vital de comprobar con sus propios ojos que yo no había perdido ni una pizca de peso. Al mostrarme su intención de venir, ideé un plan estratégico al que llamé operación "ablandamiento de Nora”. El plan era sencillo: pelotear al máximo a mi chica con la intención de allanar el momento de la visita de mi madre. Así que ayer me desperté dos horas antes que Nora (sí, sí, un sábado a las 7:30h de la mañana en pie) y me dispuse a preparar un desayuno de leyenda. Preparé lo que más le gusta: zumo de naranjas exprimidas, tostadas con tomate y aceite (al máximo estilo mediterráneo para no perjudicar a su cuidada línea), jamón serrano, pavo, cereales integrales y un vasito de leche desnatada. Después de mi gran hazaña, entré en la habitación y, tras susurrarle al oído dulces frases matutinas como “nena, levanta y  mira lo que tengo para ti”, Nora se despertó. Parecía encantada con la escena. Estuvimos desayunando en la cama y, tras ese momento romántico digno de película moña, empezó a besarme y a tocarme por todo el cuerpo. Nora quería agradecerme mi gran aportación matutina y yo estaba más que dispuesto a satisfacer sus deseos. Cuando su mano tocó mi tenso pantalón, llego el momento: ¡ding dong!

 

Tuve que explicarle rápidamente nuestro gran plan de comida familiar. La operación "ablandamiento de Nora" se fue a la mierda por la gran manía de mi madre de llegar tres horas antes a los sitios. Nora se puso hecha una fiera. Este estado de histeria aumentó cuando mi madre produjo un allanamiento de morada. Sí, sí, mi madre decidió que ante sus largos 2 minutos de espera en la puerta lo mejor era irrumpir sin piedad en nuestro dulce hogar. Obviamente, mi madre es la persona idónea para tener las llaves de repuesto. Por desgracia, Nora no estaba del todo conforme con esta afirmación, y empezó a reprocharme mi iniciativa. No lo entiendo, siempre se queja de que no tomo decisiones propias y una vez que lo hago no le parecen bien. En fin, que mi madre ya estaba dentro de casa y dentro de nuestro dormitorio. Yo, sinceramente, intento que la relación entre mis dos mujeres favoritas sea lo más cordial posible, aunque admito que mi madre, a veces, no pone mucho de su parte. La primera frase que soltó nada más entrar a nuestro dormitorio fue: “¿Un sábado a las 10h todavía en la cama?”. Tras esa frase, Nora me miró y me sonrío. Pero no con una sonrisa dulce y cariñosa, sino con una sonrisa de "alguien morirá hoy y vas a ser tú". Acto seguido, procedió a saludar de la manera menos falsa posible a mi madre: “Buenos días Charo, tu como siempre tan amable”. Fue entonces cuando mi madre ni respondió a Nora y se preocupó, por mi estado físico: “ay mi niño, que delgado te has quedado, a saber que te dan de comer”. Menos mal que Nora había entrado en el baño y no había escuchado esa frase. 

 

Tras este gran primer asalto, no tardó en llegar el segundo: la comida. Mi madre había traído un tupper de macarrones a la carbonara (sabe que me encantan), pero Nora se negó a comerlos ya que decía que perjudicaba su dieta.  Mi chica quiso, además, justificar su decisión afirmando que había pechuga descongelada para hoy y que si no la hacía se pondría mala. El caso fue, que, como siempre, el perjudicado fui yo: me encontré en la mesa con cuatro trozos de pechuga de pollo y un plato de macarrones que podría servir para alimentar a un equipo de fútbol.  

 

En fin, que tras la discusión y la lucha entre Nora y mi madre para conseguir el control de la tensa situación, tuve que soportar los codazos bajo la mesa, las miradas ametralladoras de ambas y las puitas constantes. Mi comedor parecía una edición de “Los Juegos del Hambre”: ambas luchaban para ser las vencedoras a base de cargarse al oponente. 

 

Tras otro momento de tensión en el postre, llegó la hora de la tregua: “El Secreto de Puente Viejo”, la serie favorita de mi madre. Es increíble como esta serie consigue lo que no ha conseguido nadie en los 53 años de vida de mi madre: domar a la fiera. El caso fue que, tras la “desaparición” de mi madre, Nora quiso aprovechar la ocasión para descargar toda su furia titánica sobre mí. Me arrastró hacía el dormitorio y, como todo un campeón, escuché con endereza lo que parecía ser la bronca más brutal de todos los tiempos. Por suerte, cuando Nora se quejó de la intromisión de mi madre en la habitación, vi la oportunidad de parar la pelea y contraatacar: propuse retomar el polvazo que mi madre había interrumpido. Y funcionó, porque tras unos segundos de duda, Nora cayó entre mis brazos.

 

¡Sí, sí y sí! Me libré de la bronca y encima iba a conseguir un orgasmo: dos por uno. Cuando la vi en ropa interior, la cogí fuerte por el culo para empezar a comerle el cuello. No aguanté mucho así porque tenía un empalme de la hostia, y también (para que engañarnos) porque aunque Nora tenga un cuerpazo no deja de pesar 60 kilazos. Así que, tras lanzarla contra la cama, metí la mano dentro de sus bragas y, después de acariciarla unos segundos, introduje mi dedo en su mojada fuente del placer. Los dos estábamos muy calientes, pero eso duro demasiado poco. Todo se me vino abajo cuando escuché el grito desgarrador de mi madre, que me llamaba como una loca desde el salón.

 

No te puedes imaginar la pena que me dio al ver esa cara triste y desanimada. Mi madre lo pasaba fatal cuando pasaba una noche sola, y mi padre le había llamado para avisarla de que no llegaría de París hasta el domingo por la mañana. Así que, como buen hijo que soy, tras comprobar el sufrimiento y terror al que se iba a exponer mi madre, la invité a quedarse a dormir con nosotros. Le brilló la cara y me dio uno de esos abrazos que solo una madre puede darle a un hijo. A la que no le brillo tanto la cara fue a Nora, que echaba fuego por los ojos.

 

Pasé una noche horrible, y el único motivo que hizo que no acabara durmiendo en el sofá fue que Nora se negaba a que mi madre pensase que entre nosotros había problemas. Eso sí, aunque logré dormir en mi pedazo de cama, no conseguí tener (por mucho que insistí) el orgasmo que tanto me había estado trabajando durante todo el día.

 

¡Qué duro es ser un buen hijo y un buen novio a la vez!

 

 

La dirección de mail será totalmente confidencial

bottom of page